Y al verte en la orilla, en ese rincón, creado para ti y
para todos los que interrumpen sus pasos para seguir caminando con el reposo,
detuve mi marcha para espiar tu descanso.
Elegiste el arroyo como consejero para confesar tus impresiones y
aliviar las penas de tus torturadas piernas. Y deseé acercarme a ti,
arrimarme y acompañarte. Y escuchar con qué lenguaje le hablabas al
agua y con qué murmullo te
respondía a tus plegarias. Y deseé
abrirte los ojos mientras en susurros te confesabas y ver con qué color vestías
tu mirada. Y deseé coger tus manos y protegerlas en las mías para que ninguna tristeza perturbara tu sosiego. Y deseé que
mi presencia no inquietase ni entorpeciese tu calma. Y deseé conocer desde
dónde y cuándo caminabas y desde cuándo
sólo acompañada por tus pensamientos y circunstancias. Y deseé saber quién era
esa peregrina que buscó ese oasis de agua cristalina y perezoso follaje a última
hora de una tarde de moderados calores, sinuosos caminos y vivos colores. Y deseé
buscar una historia con nombre y apellidos entre las miles y miles que anónimamente
transitan sin más reconocimiento que el que las va forjando, animando y
consolidando.
Y la vi acercarse, menuda y encorvada, a la orilla del
arroyo. Y la vi desembarazarse afanosamente de la voluminosa y aparentemente
pesada y latosa carga. Y la vi acomodarse sobre una lisa y humedecida piedra. Y la vi como al descalzarse, sus pies
buscaron sedientos el abrigo de un arroyo que discurría sin prisas
por los cimientos de un lugar creado para el reposo y el recuerdo. Y la
vi cerrar los ojos , bajar los brazos, aflojar sus músculos y relajar su alma.
Y en esa quietud de estatua, la vi tan
enamorada de la piedra sobre la que descansaba, del agua que la rociaba y del
camino que transitaba, que deseé acercarme a ella y rodearla con mi mirada. Y
quise saber su nombre, su historia y qué buscaba…
Y al verla a la orilla del arroyo, me paré y la oteé durante
un tiempo. Mientras se descalzaba, miró hacia atrás y se fijó cómo la
observaba. Y la vi ahogar sus pies, a la vez que aprecié como el conjunto de su cuerpo se abandonaba a
una inmovilidad de piedra encantada y se
diluía en un entorno sumido en un plácido letargo de intensos rayos en el ocaso
de la tarde. Y soñé que me acercaba, y deseé ser la tarde, el arroyo y el
anfitrión que la alojara en esa morada con lecho de musgo y agua…Y decidí
alejarme para no difuminar tan hermoso retrato, retomando mi camino , con mi
nombre, mi historia, mis búsquedas y mi destino…
Me siento fatigada. Esta pesada mochila me está torturando. Quedan pocos kilómetros pero necesito urgentemente un descanso. ¡Qué suerte, un arroyo! ¡Qué lugar más hermoso! Aquí descansaré unos minutos. No sé si después podré levantarme. Me siento tan machacada y agotada. Llevo diez días caminado, con este cuerpo tan frágil y esta carga tan pesada. Pero me prometí que iba a llegar y lo conseguiré. No es por nada especial, sólo que quiero demostrarme que puedo ir mucho más allá de lo que yo creía y de lo que muchos que me conocen presuponen. Quiero convencerme de que con esfuerzo e ilusión puedo alcanzar y hacer realidad pequeños sueños. Además , hace mucho tiempo que tenía ganas de hacer el camino. Por fin lo estoy haciendo. Y a pesar del cansancio, los dolores y de todas las vicisitudes propias de un reto de esta naturaleza, estoy disfrutando y aprendiendo como nunca. Me daba mucho miedo hacerlo sola, pero nadie se sumó a compartirlo. No quería posponerlo y me arriesgué. Y qué bien. Realmente desde el inicio del camino nunca he estado sola. He conocido a mucha gente y, si no mal recuerdo, en pocos momentos no he estado acompañada por algún peregrino, por algún bello paisaje o por un sugerente pensamiento. Me está mirando un caminante. ¿Me conocerá? Yo no lo recuerdo. Quizás sólo este recreándose con este paradisiaco rincón. ¡Ay que fría está el agua!¡Pero qué placer! Voy a cerrar los ojos, relajarme, y dejarme llevar y llevar y llevar...
Muy buenosigue así y llegarás lejos,caminante.
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