La ví en el centro del vestíbulo superior de la estación. Llevaba una enorme mochila, muy cargada, que le doblaba ligeramente la espalda, en la que perfectamente embutido se hacinaba todo su equipaje. Era joven, en torno a los treinta años, pelo rubio rizado , recogido en un improvisado moño. Unos centímetros más alta que yo y con algo más de embergadura. Unas gafas con un discreto armazón metálico le confería un aire académico que no ocultaban un rostro pecoso , redondeado, de un blanco pálido, y unos ojos pequeños de un azul muy claro. Vestía una camiseta azul con un dibujo que reproducía la cara de alguien que no reconocí y unos pantalones vaqueros cortos. Observé cómo miraba inquieta para todos los paneles, rótulos e indicadores buscando algún elemento identificativo y aclaratorio que la orientase. Se movía con movimientos tensos, rápidos e inseguros, sin concederse un segundo de sosiego. Estaba seguro de que se trataba de una peregrina , no me cabía duda. Me acerqué a ella y le dije en un tono de voz alto:
-¿Eres peregrina?
No me contestó, ni siquiera ladeó su cara en mi dirección. Seguía a lo suyo, mirando con evidente ansiedad para todas partes, sin precisar ni siquiera unos segundos un objetivo, menos en la que yo me encontraba. No sé si me ignoraba a propósito. Insistí:
-Por favor, ¿eres peregrina?
Por fín se dignó, aunque creo que se vió obligada al cruzarme en su campo de visión, a mirarme. Le volví a preguntar por tercera vez:
-¿Peregrina?
Sin acercarse un milímetro, y, escrutándome con ojos amedrentados, me contestó con una voz sin impulso y un español chapurreado que no hablaba nada nuestro idioma.
-¿ Camino Primitivo?- le pregunté para facilitarle una respuesta.
Inesperadamente cambió radicalmente el volumen de su voz , y todo el aire reprimido se soltó en forma de grito:
-Primitivo, San Salvador, primitivo…Oviedo…
Acudí al lenguaje internacional de señas para hacerme entender y darle a entender que quería orientarla. No sé que coño fue lo que dedujo de mi expresión, de mis gestos y mis palabras, porque cuando emprendí la marcha hacia las escaleras y la indiqué que me siguiera, hace ademán de seguirme, de pronto se para en seco, se da media vuelta y sale disparada hacia las escaleras de enfrente mascullando ofendida no sé qué. Reaccioné como un pobre imbécil cogido in fraganti en plena faena delictiva. Miré en torno mio, con un repentino subidón de pulsaciones y con la cara color tomate, para comprobar si alguien había presenciado la escena y estaba pendiente de mi. Si se hacían cargo del mal entendido o no. En estos casos uno , no sé por qué maldita razón, siempre se teme que prevalezcan los más siniestros juicios populares: que te acusen con el desprecio, o peor aún, que acudan a métodos lo suficientemente expeditivos para inmovilizarte ( ya habrá tiempo para preguntar), por considerar que has ultrajado la inocencia o no sé qué de tan inofensiva muchacha . No ví a nadie interpretando ese papel, y los escasos viandantes que circulaban por las inmediaciones se les veía muy centrados en sus particulares destinos y muy ajenos a mi omnipresencia. Sí me percaté de una cámara cercana situada en el ángulo superior de una columna. Cerré instintivamente los ojos en un acto más de mi ridículo proceder, me dí la vuelta , encaucé los primeros peldaños de la escalera metalica y las bajé de dos en dos. No me sentí a salvo de mis miedos hasta que no me distancié, a paso veloz, unos trescientos metros de la estación. Por nada en el mundo en ese momento, ni en los que restaban del día, estaba dispuesto a ofrecer mi ayuda a nadie, y menos aún, a nadie con una mochila a la espalda y con cara de despistada.
Lindismo relato, me ha encantado.
ResponderEliminarSaludos!
Muchísimas gracias. Con provocar una sonrisa o una agradable sensación me doy por satisfecho. Un abrazo
EliminarComo siempre...Precioso Joaquín
ResponderEliminarComo siempre, GRACIAS, Berta. Espero que este blog no deje de caminar.Besos.
EliminarCaray Joaquin, que suerte tienes: Encontrarte en Oviedo, en plena calle con Ana Ozores y el Magistral. Al que madruga .... Como siempre muy bueno.
ResponderEliminarMe encantó Joaquín, y lo intuyo real. La desconfianza acecha el camino
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