Capa:
Resultaba indispensable porque protegía del frío, frecuente hasta en
tiempo de verano en unos itinerarios que cruzaban tierras en muchos casos de
clima oceánico y continental. Era necesaria, además, para protegerse de las
bajas temperaturas nocturnas durante las horas de sueño.
Se considera que la capa
era ya utilizada por los peregrinos europeos que empezaron a llegar
a Santiago de manera regular en el siglo XI. Y está constatado su uso
en el siglo XII. De esta época es el Codex Calixtinus que en el libro
I señala que los peregrinos que regresaban del sepulcro de Santiago cosían
en sus capas las conchas de vieira, como símbolo de la peregrinación, y
marchaban con ellas muy alegres.
La capa casi siempre
incluía capucha, sobre todo durante la Alta Edad Media. Después de este período
tuvo gran éxito el uso del sombrero de ala ancha, para la protección
de la cabeza, y de la esclavina, sobre la parte superior de la capa, para
una mejor protección de los hombros.
Esto hizo de la capucha un
elemento menos decisivo, aunque se siguió usando. La capa era casi siempre de
tela y no acostumbraba a ser muy larga, ya que de serlo dificultaría el
caminar, al tiempo que aumentaba el peso.
Perduró el uso de la capa
por los peregrinos hasta ya avanzado el siglo XIX, cuando concluye
la peregrinación histórica. Hay quien se refiere a esta prenda como
túnica, debido quizá a que en determinadas representaciones artísticas de
peregrinos y sobre todo en las que aparece Santiago como tal, así se
muestra, al ofrecer mayor prestancia. En la vida diaria, sin embargo, la túnica
presentaría más inconvenientes que ventajas.
El canónigo
compostelano Jesús Precedo señala que la capa simboliza el cambio que
busca en la peregrinación quien la emprende. Hoy esta prenda tradicional
de paño -habitualmente de tono pardo-, se utiliza sólo como reclamo turístico,
como souvenir o, en algún caso, como reminiscencia y símbolo
histórico de la peregrinación -al igual que el bordón,
la calabaza y la concha- en actos festivos y protocolarios con
vinculación jacobea organizados por distintas entidades y asociaciones. También
la utiliza de forma muy ocasional algún peregrino que desea
experimentar el Camino vestido a la usanza histórica.
Esclavina:
Penda de abrigo colocada
sobre los hombros.
Se trata de uno de los elementos externos
característicos del atuendo del peregrino histórico. Surgió en la
Baja Edad Media y tenía como objetivo reforzar la protección de los hombros y
el tórax frente a las dificultades del clima. El Diccionario de la lengua
española, relacionándola sobre todo con su uso como prenda propia de los
peregrinos, la define así: “Vestidura de cuero o tela, que se ponen al cuello y
sobre los hombros quienes van de romería”.
Las medidas de la
esclavina acostumbraban a ser cortas. Iba habitualmente sobrepuesta sobre
una a la que amparaba de la lluvia y de la nieve. Previsiblemente este
nombre llegó al idioma español a través del francés antiguo, en el
que se conocía como clavain una prenda semejante que pasó a formar
parte del atuendo de los peregrinos franceses medievales. Se utilizó hasta bien
entrado el siglo XIX.
En el presente
algún peregrino recalcitrante la ha recuperado, junto con
la capa de fieltro, en alguna peregrinación. La esclavina más
famosa del mundo jacobeo, sin embargo, no la ha portado ningún
peregrino al uso. Es la que cubre los hombros de la escultura
del Santiago del abrazo del camarín del altar mayor de la catedral
compostelana. Tuvo esta imagen una primera esclavina que fue retirada, muy
gastada, en 1704, momento en el que se colocó otra de plata mejicana y piedras
preciosas donada por el arzobispo Antonio Monroy. Las piedras fueron
sustituidas progresivamente por otras semipreciosas, ya que las originales se
perdieron e incluso en algún caso llegaron a ser robadas -o a intentarlo- a
dentelladas, como se puede observar en esta pieza, retirada en octubre del año
2003 para sustituirla por la actual. Tras haber sido la depositaria de millones
de abrazos durante trescientos años, se muestra desde mediados de 2004 en
el Museo de la Catedral de Santiago.
La esclavina actual fue
colocada en mayo de 2004 para hacerla coincidir con el primer año santo
compostelano del tercer milenio. Obra del artista compostelano Fernando Mayer,
pesa casi cuarenta kilos, está realizada en plata y es mucho más maciza que la
de 1704, para que resista mejor los continuos abrazos que todos los días recibe
de peregrinos y devotos de las más diversas procedencias. En lo demás, son casi
idénticas. Se le incorporaron varias decenas de piedras semipreciosas
engastadas con un refuerzo especial para evitar su hurto por los visitantes
amantes en exceso de los recuerdos piadosos.
Como curiosidad histórica
quedó la esclavina de oro que en la segunda mitad del siglo XVIII le regaló al
Apóstol el rico arzobispo compostelano Bartolomé Rajoy. Las crónicas dicen que
contaba con cuatrocientas piedras preciosas. Desapareció para siempre a
principios del siglo XIX, durante la Guerra de la Independencia, contienda a
cuyos efectos se han atribuido -con razón o sin ella- otras desgracias sufridas
por el patrimonio jacobeo compostelano.
Sombrero:
Fue a finales de la Edad
Media cuando se empezó a generalizar su uso. Era habitualmente de ala ancha y a
veces se acompañaba con una capucha. Lo usaban tanto hombres como mujeres. A
partir del siglo XV, el ala del sombrero se hizo aún más grande y adquirió un
diseño próximo a los de fieltro de tono marrón que hoy se venden como souvenirs.
Sometido a las variaciones
periódicas de las modas y de los materiales usados para su realización, cumplía
una función tanto de protección del sol como de la lluvia. Era, en fin, una
prenda indispensable, que se acostumbra a adornar con una o varias conchas de
vieira, tanto naturales como bordadas, que identificaba más que cualquier otro
símbolo a los peregrinos jacobeos. En algún caso se combinaba el adorno de
vieiras con el de minúsculos bordones, como se observa en algunos sombreros
conservados en museos europeos, como el de un peregrino alemán del siglo
XVI. El Codex Calixtinus (s. XII) no presta atención al sombrero ni a
otras partes de la vestimenta, al contrario de lo que hace con los elementos
más simbólicos -bordón, zurrón, venera-.
El atuendo de la peregrinación,
tras el regreso, pasaba a tener un poder simbólico de primer orden para los
peregrinos más devotos. Para la gran mayoría de ellos era el único viaje de
su vida. Y era un viaje del espíritu. Es también después del medievo
cuando surge la costumbre de doblar hacia arriba la parte delantera del
sombrero para situar en ella, bien visible, una o dos conchas de vieira.
Los peregrinos
contemporáneos, lógicamente, prefieren usar gorra o sombreros actuales, más
prácticos, y pocas veces adornados con la identificadora concha de los tiempos
históricos de la peregrinación.
Calzado:
Los textos históricos de
contenido jacobeo apenas ofrecen datos sobre el calzado de los peregrinos.
La mayor parte de los
peregrinos medievales viajaban descalzos. Si hemos de hacer caso a la
iconografía, la sandalia era el calzado más común, sobre todo durante el
medievo. Pese a las tremendas dificultades de caminar descalzos, el Codex
Calixtinus lo recomienda en el siglo XII como vía de perfeccionamiento.
“Los apóstoles fueron peregrinos, pues el Señor los envió sin dinero ni
calzado”, se advierte en el libro I. A partir del siglo XV todo indica que el
calzado se perfeccionó, aparecieron los botines y el número de peregrinos sin
algún tipo de zapato disminuyó de forma drástica.
Hay noticias de la
existencia de zapateros a lo largo del Camino de Santiago que
centraban parte de su actividad en la atención a los peregrinos. Seguramente se
dedicarían a atender a los de mayores recursos, y ya avanzada la Edad Media. En Astorga (Camino
Francés) el gremio de zapateros arreglaba gratis el calzado a los peregrinos.
Era frecuente que los artesanos que a lo largo del Camino se
dedicaban a herrar caballerías, prestasen atención al calzado.
La precariedad del pasado
contrasta con la sofisticación actual. Casi ningún peregrino inicia
la ruta sin contar con botas especiales para la marcha.
Zurrón:
Durante la Edad Media y en
los siglos siguientes el zurrón era, junto con el bordón, el elemento más
característico de la indumentaria del peregrino, como bien se encarga de
resaltar el Codex Calixtinus (S.XII), que lo cita en latín como pera/perarum.
Destaca también el Calixtinus el nombre que le daban italianos -scarsellam-,
provenzales -sportam- y franceses -ysquirpam-.
A lo largo de los siglos
también se ha citado con otros nombres, derivados en parte de los señalados:
esportilla, hoy en desuso, pero con notable presencia en el medievo; escarcela,
derivado del italiano scarsella; bolso o bolsa; morral -así aparece citado
en la traducción al español del Codex Calixtinus-, etc.
Aquí optamos por el
vocablo ‘zurrón’ porque de todas las definiciones del Diccionario de
lengua española (Real Academia Española, 2001) consideramos que es la más
ajustada -o la menos desajustada- a la forma, material y objetivos del este
elemento esencial de la indumentaria del peregrino antiguo. En su
segunda aceptación, el citado diccionario define el zurrón como “bolsa de
cuero”, y siempre se daba esta característica, en tanto que el morral lo
considera un “saco […] colgado por lo común a la espalda”, algo que no se
ajusta a su tamaño y forma habitual. El término ‘escarcela’, que el diccionario
considera “una especie de bolsa que pendía de la cintura”, se aproxima más a
realidad -se refiere a ella como algo pretérito, por ejemplo-, pero no la
completa. Además, es de muy escasa tradición en el español con
este sentido.
El zurrón tenía forma rectangular
o trapezoidal -más moderna- y era de pequeñas dimensiones. Se sujetaba al
tronco con una larga correa de cuero dispuesta en bandolera y se adornaba con
una o varias conchas de vieira.
La relevancia que el
zurrón tenía para el peregrino queda patente en las detalladas
referencias que a él hace el Calixtinus en el sermón Veneranda
dies (libro I). Este texto se detiene en ofrecer las características que
debe tener el zurrón: un saquito estrecho de piel de bestia, siempre abierto
por la boca y sin ligaduras. Sobrecoge comprobar las funciones simbólicas que
le concede: “Que sea un saquito estrecho significa que el peregrino,
confiado en el Señor, debe llevar consigo una pequeña y módica despensa. El que
sea de cuero de una bestia muerta -continúa el Veneranda- significa que el
peregrino debe mortificar ayunos, con frío y desnudez, con penalidades y
trabajos”. Y todavía más: “El hecho de que no tenga ataduras, sino que esté
abierto por la boca siempre, significa que el peregrino debe antes
repartir sus propiedades con los pobres y por ello debe estar preparado para
recibir y para dar”. El peregrino auténtico era, por lo tanto, un
mendicante y el zurrón -pequeño, abierto- su símbolo o atributo más evidente.
Así lo confirma el que
este mismo texto y otras referencias posteriores destaquen que, junto con el bordón,
se bendecía en la iglesia -benedictio perarum et baculorum- desde la que el
peregrino partía hacia Compostela.
El objetivo principal del
zurrón era transportar algún sencillo y escueto alimento para el camino,
como advierte el Codex. Apenas nada más.
Sólo se utilizaba a veces
para la documentación acreditativa de la peregrinación y el viaje,
muy importante desde el siglo XVI, debido al incremento de falsos peregrinos.
Pero justamente por esto, parece que se prefería mantener los documentos más
protegidos en alguna otra parte del atuendo o, desde finales de la Edad Media,
guardados en pequeñas cajas metálicas. En Santiago y otras
poblaciones del Camino Francés se podían adquirir, entre otros
productos específicos para los peregrinos, hermosos zurrones, entre los que
destacan los de piel de ciervo.
Los viajeros jacobeos
modernos no utilizan el espiritual zurrón, sino medianas o grandes mochilas
cargadas de casi todo lo mucho que el hombre moderno considera imprescindible,
desde variadas prendas de repuesto para el camino hasta algún frasco
de perfume, objetos que el Calixtinus veía como una ofensa a Dios,
pese a que la Iglesia los tolerase entre los devotos más pudientes. Eran otros
tiempos. Y estos son otros tiempos.
Calabaza:
Su objetivo era mantener
un suministro constante de agua, vino o una mezcla de agua y vino que el
peregrino recibía de algunas entidades asistenciales -como en el hospital
de Roncesvalles- o adquiría por su cuenta. Para convertirla en recipiente, la
calabaza se vaciaba de semillas y se ponía a secar a fin de que se endureciese
su piel leñosa e impermeable. Se utilizaba la que lograba adquirir una marcada
cintura central que facilitaba la sujeción.
Gracias a su ligereza y
bajo coste, la calabaza se convirtió en uno de los símbolos más reconocibles de
la indumentaria de los peregrinos jacobeos. No se conservan datos sobre el
origen de su uso en los caminos, pero partiría previsiblemente de la
utilización previa para tareas domésticas y en las labores agrícolas. En
algunas zonas de Europa, ciertos tipos de calabazas de corteza resistente
se vaciaban de semillas, se dejaban secar y se adaptaban como recipientes
baratos y muy prácticos para líquidos y otros productos, e incluso como
flotadores.
Existían otros recipientes
también adecuados para el viaje, como las botas de cuero, pero resultaban
más caros, por lo que el uso de la calabaza debió de generalizarse
relativamente pronto, con el inicio de las grandes peregrinaciones medievales.
La calabaza contaba
con una parte superior menos ancha que la inferior, unidas ambas por una
especie de cintura más estrecha que servía para amarrarla a alguna prenda del
cuerpo, a la cintura o -como se representa en muchas imágenes históricas- a la
parte superior del bordón. De acuerdo con la solidaridad que
presidía toda peregrinación auténtica, la calabaza siempre debía
estar dispuesta para ofrecer su contenido a otro caminante necesitado.
Pese a esta evidente simbología, el Codex Calixtinus (s. XII) se
centra en resaltar los atributos físicos y espirituales del bordón y
el zurrón, y no la menciona entre la indumentaria del peregrino.
Actualmente la calabaza se
ha convertido en un souvenir que se vende sobre todo en Santiago y
en otras ciudades y localidades del Camino Francés a los peregrinos y
turistas, casi siempre amarrada a los bordones que con el mismo fin se ofrecen
en las tiendas. El peregrino moderno prefiere casi siempre la
cantimplora o en muchos casos simplemente pequeñas botellas de agua.Algún peregrino en
busca de las esencias del pasado ha llegado a utilizarla de nuevo y ha alabado
sus propiedades a pesar de las dificultades de adaptación en la indumentaria
caminera actual. La pequeña y chocante botella de plástico es hoy, como
decimos, la “calabaza” del peregrino moderno.
Fuente:Xacopedia
Muy buena entrada.Gracias,lo andaba buscando este contenido.Perfecto
ResponderEliminarSi sierto
EliminarTa buena la información
ResponderEliminarPero les falta mucho 👋🦀
Quien o quiénes se murio o quiénes se murieron :-|(*_*)
ResponderEliminarSabe
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