...Apenas había dormido. Se levantó y se acercó a la ventana. La noche seguía presente pero una tenue luz cercana hacía presagiar la llegada inminente de un diáfano amanecer. Se sintió confusa y extrañada al percibir la humedad de unas lágrimas que recorrían mansamente sus encendidas mejillas. No las había buscado, no quería llorar, pero se sentía desarmada y débil, sin fuerzas para oponerse y combatirlas, y dejó que recorrieran plácidamente su camino. Después de tantos años de madrugones y caminatas, después de surcar tantos caminos y visitar tantos lugares, sus piernas le habían dicho basta. Le habían sugerido mucho reposo y el abandono definitivo de su hábito de caminar largas distancias. Ni siquiera eran prudentes las cortas, no debía forzarlas absolutamente nada. Le habían recomendado tantas cosas, esto y lo otro, que optó por no escuchar, no quería comprender, no quería sanar, no quería abandonar los únicos caminos que realmente la habían hecho disfrutar de la vida. ¿Es qué no lo entendéis? Si lo entendían, era ella quien no acababa de advertir la gravedad de su lesión. Se sentó sobre la cama, miró el reloj, cerró los ojos y tuvo que abrirlos al instante por la enorme presión de un llanto que clamaba por fluir bruscamente. Y las lágrimas volvieron a inundar su rostro, en silencio, caudalosamente, acompañándola, humedeciendo a raudales una tristeza que llegó sin ser invitada. Miró el dormitorio, las estanterías repletas de libros y recuerdos, de historias, algunas aún presentes, otras ya muertas; y miró de soslayo las fotografías diseminadas por todas partes, testimonios de sus múltiples viajes, de sus añorados caminos y del innumerable elenco de buenos amigos. Ya habrán salido, dijo con un hilo de voz susurrado desde el alma. Ya habrán salido…se echó y cerró los ojos. Y se vio esperando el autobús en compañía de su familia: sus amigos, con los que desde hacía tantos años había compartido tan buenas experiencias y lo más destacado y amado de su vida. Y se centró en cada uno de ellos, y los miró uno a uno a la cara, y a cada uno les dio las gracias. Y supo que en dondequiera que ellos fueran figuradamente allí estaría ella. Y admitió la posibilidad de acompañarlos físicamente en alguna etapa. Su pesimismo fue perdiendo paulatinamente fuerza en beneficio de una visión más optimista sobre sus posibilidades reales y comprendió que sus piernas no eran ninguna excusa para no emprender otros caminos de idénticos objetivos. Y sin buscarlo, sonrió. Se secó con una mano las mejillas mojadas y se levantó. Se acercó de nuevo a la ventana, la abrió del todo y aspiró profundamente el aire fresco de una recién llegada mañana. Y dirigió su mirada hacia sus desnudas piernas, se inclinó y las acarició reiteradamente, mimándolas con sus inquietas manos. Volvió a erguirse. Un cielo azul cubría una ciudad sumida en un sueño a punto de desvanecerse. Miró el cielo y las calles más próximas. Observó el deambular de los más madrugadores y escuchó el gruñido de algún coche trasnochador y los bostezos de toda una ciudad que despertaba ansiosa por abrazar el nuevo día. Decidió vestirse, acicalarse y salir. Necesitaba andar y andar, sin forzar, pero andar, sin más destino que el de sentir sus piernas, sentirse capaz y sentirse viva. Y anduvo durante un tiempo indeterminado, absorta y convencida de que una nueva etapa, un nuevo camino y un nuevo tiempo le daban la bienvenida…
jun012015
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...Apenas había dormido. Se levantó y se acercó a la ventana. La noche seguía presente pero una tenue luz cercana hacía presagiar la llegada inminente de un diáfano amanecer. Se sintió confusa y extrañada al percibir la humedad de unas lágrimas que recorrían mansamente sus encendidas mejillas. No las había buscado, no quería llorar, pero se sentía desarmada y débil, sin fuerzas para oponerse y combatirlas, y dejó que recorrieran plácidamente su camino. Después de tantos años de madrugones y caminatas, después de surcar tantos caminos y visitar tantos lugares, sus piernas le habían dicho basta. Le habían sugerido mucho reposo y el abandono definitivo de su hábito de caminar largas distancias. Ni siquiera eran prudentes las cortas, no debía forzarlas absolutamente nada. Le habían recomendado tantas cosas, esto y lo otro, que optó por no escuchar, no quería comprender, no quería sanar, no quería abandonar los únicos caminos que realmente la habían hecho disfrutar de la vida. ¿Es qué no lo entendéis? Si lo entendían, era ella quien no acababa de advertir la gravedad de su lesión. Se sentó sobre la cama, miró el reloj, cerró los ojos y tuvo que abrirlos al instante por la enorme presión de un llanto que clamaba por fluir bruscamente. Y las lágrimas volvieron a inundar su rostro, en silencio, caudalosamente, acompañándola, humedeciendo a raudales una tristeza que llegó sin ser invitada. Miró el dormitorio, las estanterías repletas de libros y recuerdos, de historias, algunas aún presentes, otras ya muertas; y miró de soslayo las fotografías diseminadas por todas partes, testimonios de sus múltiples viajes, de sus añorados caminos y del innumerable elenco de buenos amigos. Ya habrán salido, dijo con un hilo de voz susurrado desde el alma. Ya habrán salido…se echó y cerró los ojos. Y se vio esperando el autobús en compañía de su familia: sus amigos, con los que desde hacía tantos años había compartido tan buenas experiencias y lo más destacado y amado de su vida. Y se centró en cada uno de ellos, y los miró uno a uno a la cara, y a cada uno les dio las gracias. Y supo que en dondequiera que ellos fueran figuradamente allí estaría ella. Y admitió la posibilidad de acompañarlos físicamente en alguna etapa. Su pesimismo fue perdiendo paulatinamente fuerza en beneficio de una visión más optimista sobre sus posibilidades reales y comprendió que sus piernas no eran ninguna excusa para no emprender otros caminos de idénticos objetivos. Y sin buscarlo, sonrió. Se secó con una mano las mejillas mojadas y se levantó. Se acercó de nuevo a la ventana, la abrió del todo y aspiró profundamente el aire fresco de una recién llegada mañana. Y dirigió su mirada hacia sus desnudas piernas, se inclinó y las acarició reiteradamente, mimándolas con sus inquietas manos. Volvió a erguirse. Un cielo azul cubría una ciudad sumida en un sueño a punto de desvanecerse. Miró el cielo y las calles más próximas. Observó el deambular de los más madrugadores y escuchó el gruñido de algún coche trasnochador y los bostezos de toda una ciudad que despertaba ansiosa por abrazar el nuevo día. Decidió vestirse, acicalarse y salir. Necesitaba andar y andar, sin forzar, pero andar, sin más destino que el de sentir sus piernas, sentirse capaz y sentirse viva. Y anduvo durante un tiempo indeterminado, absorta y convencida de que una nueva etapa, un nuevo camino y un nuevo tiempo le daban la bienvenida…
El nuevo día:
...Apenas había dormido. Se levantó y se acercó a la ventana. La noche seguía presente pero una tenue luz cercana hacía presagiar la llegada inminente de un diáfano amanecer. Se sintió confusa y extrañada al percibir la humedad de unas lágrimas que recorrían mansamente sus encendidas mejillas. No las había buscado, no quería llorar, pero se sentía desarmada y débil, sin fuerzas para oponerse y combatirlas, y dejó que recorrieran plácidamente su camino. Después de tantos años de madrugones y caminatas, después de surcar tantos caminos y visitar tantos lugares, sus piernas le habían dicho basta. Le habían sugerido mucho reposo y el abandono definitivo de su hábito de caminar largas distancias. Ni siquiera eran prudentes las cortas, no debía forzarlas absolutamente nada. Le habían recomendado tantas cosas, esto y lo otro, que optó por no escuchar, no quería comprender, no quería sanar, no quería abandonar los únicos caminos que realmente la habían hecho disfrutar de la vida. ¿Es qué no lo entendéis? Si lo entendían, era ella quien no acababa de advertir la gravedad de su lesión. Se sentó sobre la cama, miró el reloj, cerró los ojos y tuvo que abrirlos al instante por la enorme presión de un llanto que clamaba por fluir bruscamente. Y las lágrimas volvieron a inundar su rostro, en silencio, caudalosamente, acompañándola, humedeciendo a raudales una tristeza que llegó sin ser invitada. Miró el dormitorio, las estanterías repletas de libros y recuerdos, de historias, algunas aún presentes, otras ya muertas; y miró de soslayo las fotografías diseminadas por todas partes, testimonios de sus múltiples viajes, de sus añorados caminos y del innumerable elenco de buenos amigos. Ya habrán salido, dijo con un hilo de voz susurrado desde el alma. Ya habrán salido…se echó y cerró los ojos. Y se vio esperando el autobús en compañía de su familia: sus amigos, con los que desde hacía tantos años había compartido tan buenas experiencias y lo más destacado y amado de su vida. Y se centró en cada uno de ellos, y los miró uno a uno a la cara, y a cada uno les dio las gracias. Y supo que en dondequiera que ellos fueran figuradamente allí estaría ella. Y admitió la posibilidad de acompañarlos físicamente en alguna etapa. Su pesimismo fue perdiendo paulatinamente fuerza en beneficio de una visión más optimista sobre sus posibilidades reales y comprendió que sus piernas no eran ninguna excusa para no emprender otros caminos de idénticos objetivos. Y sin buscarlo, sonrió. Se secó con una mano las mejillas mojadas y se levantó. Se acercó de nuevo a la ventana, la abrió del todo y aspiró profundamente el aire fresco de una recién llegada mañana. Y dirigió su mirada hacia sus desnudas piernas, se inclinó y las acarició reiteradamente, mimándolas con sus inquietas manos. Volvió a erguirse. Un cielo azul cubría una ciudad sumida en un sueño a punto de desvanecerse. Miró el cielo y las calles más próximas. Observó el deambular de los más madrugadores y escuchó el gruñido de algún coche trasnochador y los bostezos de toda una ciudad que despertaba ansiosa por abrazar el nuevo día. Decidió vestirse, acicalarse y salir. Necesitaba andar y andar, sin forzar, pero andar, sin más destino que el de sentir sus piernas, sentirse capaz y sentirse viva. Y anduvo durante un tiempo indeterminado, absorta y convencida de que una nueva etapa, un nuevo camino y un nuevo tiempo le daban la bienvenida…
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De nuevo felicidades Novechento. Te superas cada día.
ResponderEliminarPrecioso,Joaquín y una buena lección para cuando nos toque ser los protagonistas de la historia. Como el Camino, la vida también son distintas etapas. Sigue escribiendo que nos encanta. Un beso.
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