Desde Corcubión a Finisterre, íbamos preparando el ánimo para el encuentro con el punto final de la vieja Europa sobre el Mar Tenebroso.
La carretera bordea el golfo y esas poderosas olas que el sudeste empuja y vienen a morir al costado de la tierra.
Veremos ahogarse el sol en el océano: lo veremos morir. «¿Para qué quieres vivir si no eres más que un haz de llamas incansables?», es un verso de Blake que ha sido repetido muchas veces. Lo veremos morir y no abandonaremos las rocas hasta que todo el dorado disco se haya sumergido en las aguas verdes y salobres.
Aquí verdaderamente, ¿es el finis terreae? ¿De verdad, les pregunto a las rocas del mar de Fora, que nada hay más allá? ¿Son aquí los confines de la tierra?
Regresamos, con el viento al costado, bronco y poderoso. Contra la temprana luna, el viento deshilacha nubes: por veces, encajes de Camariñas.
Las luces vecinas de Cée bailan en el viento y se pierden en la llanura.
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